Todo atado y maniatado
España no la dejó atada Franco, sino los padres de la Constitución. Ellos sí que anudaron este palmo de tierra que hay de Cádiz al País Vasco y por suerte les salió un nudo de ocho y férreamente democrático. La prueba es que, aunque han pasado casi cuarenta y cinco años, sigue tenso y funcional como el primer día. Lo de atado y bien atado lo dijo Franco, me supongo, una mañana mientras se ponía los zapatos y entendió lo sonoro del hallazgo, aunque media España anduviera pensando en la democracia y la otra media mirando con recelo al rey, la libertad y cualquier cosa distinta de la que había. Hoy los políticos a cada nueva legislatura creen descubrir el Mediterráneo –«porque cada día nacen nuevos ignorantes que lo desconocen»– y se sienten en la tentación de deshacer el nudo y atarlo cada uno a su manera o incluso atar la Constitución y España como una yegua a la puerta de su casa. Pero aquí seguimos, siete presidentes después y la lazada que dejaron Cisneros, Rodríguez de Miñón, Fraga, Peces Barba y cía se mantiene segura como entonces. Pasan los presidentes, pero sigue la Constitución… pese al interés de algunos –curiosamente casi siempre socialistas– en ponerle bótox, silicona, en cambiarla de sexo e incluso meterle artículos que ya tiene desde el 78. No se entiende de otra manera que Carmen Calvo, doctora en Derecho Constitucional, dijese hace unos meses que la Carta Magna debería contemplar explícitamente la igualdad entre hombres y mujeres. Pero es una prueba más de que aquí se puede ser cualquier cosa, hasta doctor en Derecho Constitucional, sin haber leído siquiera la Constitución. Y, sobre todo, parte del Gobierno despreciándola. A Pedro Sánchez, como a Franco, le gustaría tenerlo «todo atado y bien atado», pero de pies y manos: maniatado el CGPJ, la ideología de los tertulianos de los distintos medios de comunicación, a la oposición e incluso a los de al lado de la oposición. La suerte es que los padres de la Constitución, que no tengo ni idea si sabían de nudos marineros, les salió una lazada que dura hasta hoy en esta España que por herencia y por sociología, por impulso y por talento, es más de desabrocharse el corsé que de atar. Por eso son santos sin altar, pero con pedestal en la plaza de la Hispanidad, Isabel y Fernando, contrarrevolucionarios unificadores de España y de las indias orientales. Sobre todo la reina. Ella ató las almas de los indios a Dios dotándoles de la misma dignidad y derechos que los europeos cosmopolitas de principios del siglo XVI. Ella, que entendió la importancia de amarrar los distintos reinos de España. Y aquí estamos, cuarenta y cuatro años d.C. –desde de la Constitución–, con el presidente en persona intentando meterle mano, sobarla, desgastarla, mancillarla… Y, como último recurso, ya sencillamente la ignora con la esperanza de que España fuese una república bananera donde la Carta Magna no estorbara.