Godard, a dos bandas
No salgo de mi asombro y, claro, les tengo que contar por qué. El día en que murió Godard asistí a un curioso rifirrafe intergeneracional que paso a relatarles con pelos, señales y ese plus de ironía que dan las canas. A un lado del ring, los más jóvenes del lugar que no habían oído hablar del cineasta francés hasta la fecha misma del deceso pero que, conforme iban descubriendo sus películas y sus hazañas de hombre curtido en mito cultural del siglo pasado, acabaron rendidos a sus pies, devotos de unas películas viradas al blanco y negro como iconos de un tiempo (muy) pasado; raudos a pasarse un fin de semana sentados en el sofá siguiendo las correrías de 'Al final de la escapada' , previo paso (y pago) por una plataforma televisiva. Al otro lado del cuadrilátero (que no me atrevería a definir como intelectual, simplemente, de cafetín a media mañana), los más veteranos. Puede que no hayan visto toda la filmografía de Godard de la A la Z pero sí cuentan con avales suficientes como para afirmar con altisonante rotundidad que Godard y su 'Nouvelle Vague' es un soberano rollo, intragable a estas alturas de sus vidas. Me sitúo en el centro mismo de un debate plagado de tópicos a ambos lados del cuadrilátero. Ya saben que nada hay menos riguroso que hablar por hablar –¡y nos gusta tanto!–, pero la conclusión a dos bandas tiene su enjundia si te colocas como oyente de fondo. La juventud es un divino tesoro porque todo está por descubrir. Imaginen un emoticono con cara de sorpresa a todas las horas del día. La madurez deviene en asco cuando se queda con la mueca del desprecio más absoluto a sabiendas de que está pasada de rosca y resulta grosera e insultante. Me apunto ambas ideas que zumban en mis oídos. Y ustedes pensarán que me deje de zarandajas y que me sitúe a uno u otro lado del cuadrilátero. Ahí va: A veces Godard me parecía un rollo , metido con cucharones hasta la arcada. Y benditas las nuevas generaciones que nos descubren lo ya descubierto.