José Fernando Molina (Albacete, 2000) se puso a instalar toldos en la empresa de su tío cuando empezó la pandemia y así se ha tirado hasta el pasado mes de agosto. Anteriormente, estuvo empleado en una carnicería y también de repartidor con una moto en un restaurante chino, «pero esto último no lo pongas que se van a reír de mí», dice medio en broma, medio en serio. A sus 22 años, este chaval criado en el barrio del Pilar asegura que se siente «muy orgulloso de la vida que he llevado. Puedo decir que he crecido como persona, para ser más humilde, y como torero, porque cuando sale el toro me arrimo más». Este jueves saldrá, y no uno cualquiera. Molina cumple el sueño de tomar la alternativa en el coso de 'La Chata', escoltado por Julián López 'el Juli', que ejercerá de padrino, y por Andrés Roca Rey , el testigo, ante toros de la ganadería de Daniel Ruiz. «Creo que se reúnen todas las circunstancias para que sea un día precioso y tengo la moral por las nubes», reconoce ilusionado. Llega lanzado. Hace tres días se despidió de novillero precisamente en Albacete y salió a hombros al cortar tres orejas a dos bravos de Montealto. En total, han sido 27 festejos con picadores en cuatro años, por lo que apenas ha superado los 25 exigidos para obtener el doctorado. De hecho, al cerrarse la alternativa, hace ya algunos meses, aún no sabía si llegaría al mínimo. «Nos pusimos esa meta y aquí estamos», desvela. Su carrera recibió un fuerte impulso al abrir la puerta grande en su debut en Madrid el domingo 19 de junio. «Era el escaparate para ir hacia arriba o hacia abajo -explica-. ¿Quién me iba a decir entonces que iba a torear dos tardes más en Las Ventas y que acabaría triunfador del certamen de novilladas nocturnas? Así de bonito es esto. En un momento se te presenta la oportunidad y tienes que estar preparado para aprovecharla». Ese lunes, pese al éxito, se levantó a las siete de la mañana para poner toldos. Molina había toreado en mayo el festival del Cotolengo en Albacete, y no sabe cómo lo hizo. Su madre murió cuatro noches antes. De cáncer. «Yo no me hacía a la idea de que se iba a ir y menos aún tan pronto. Confiaba en el tratamiento, pero de un día para otro su cuerpo dijo que hasta aquí. Fue el festejo más difícil y, a la vez, el más bonito. No estaba preparado, pero tenía que hacerlo porque a ella le hubiera gustado. Ella sabía que iba a estrenar un vestido de corto y el novillo que iba a matar. Me dejé llevar por el alma», expresa con una emoción que sobrepasa la línea telefónica. El joven manchego no imagina el futuro que se empieza a escribir desde esta tarde. «No quiero pensarlo porque luego te pegas la hostia, te decepciona y ya vives el resto de tu vida amargado. Vivo día a día y que sea lo que el destino quiera». Palabra de torero.