El arte de estar preparados
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Tres horas más tarde, en efecto, estábamos en el Palau de la Música Catalana, hidroalcoholizados, desinfectados, enmascarados y sanísimos, dispuestos a escuchar a la orquesta del Liceo con Josep Pons al frente. Un grupo de músicos que pasaron todos los ensayos pendientes de si sí o si no, hasta el punto de que aquella misma tarde estuvieron valorando la posibilidad de hacer igualmente el concierto, con o sin público. Total, ya estaban todos allí, preparados, y en el peor de los casos podrían al menos grabarlo.
No fue necesario, y el Palau se llenó todo lo que se puede llenar ahora mismo. Pons hizo una lectura elegantísima de la sinfonía 41 de Mozart, algo diferente a las que estamos acostumbrados con el Año Beethoven. No trató de acentuar su Romanticismo, sino los rasgos de Clasicismo que perviven en esta obra maestra. Lo hizo aligerando sonoridades, escogiendo tempi lentos y reservando la contundencia de los metales para pasajes muy concretos, quirúrgicamente fiel a la partitura. Así, la Quinta de Beethoven destacó aún más en su audacia y sus juegos tímbricos.
Entre obra y obra, una performance de la artista Eulàlia Valldosera invitó a la meditación mientras una fina cortina de plástico se movía impulsada por unos ventiladores. Una iniciativa visualmente seductora, pero que no acabó de establecer un diálogo claro con el contenido del programa.
Quedémonos, en cualquier caso, con una idea: e
l concierto se llevó a cabo. Hacía semanas que se venía anunciando, los intérpretes tuvieron que gestionar la incertidumbre, cada uno hizo sus deberes y, cuando llegó el momento que sabían que llegaría, estaban sobradamente preparados. No todo el mundo puede decir lo mismo.