Maletas | Por Ana Garc?a Bergua
Por la banda sinf?n del equipaje circula el cansancio de los viajeros.
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Como siempre, dej? que la esposa le empacara las maletas, sin imaginar que esta vez se las hac?a para siempre.
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Al llegar a la playa se dio cuenta de que hab?a llenado la maleta de olvidos inservibles.
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Las maletas negocian sus apetitos: las hay ?vidas de sedas y perfumes caros; tambi?n hay quien carga pesados velices indigestos que parecen tener ganas de vomitar.
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Tras aquella discusi?n dura y definitiva se puso a empacar furioso el desorden en el que se iba a convertir su vida.
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Para seducirla le colm? una maleta de promesas, pero ella la dej? olvidada en el aeropuerto.
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En la penumbra del armario, las maletas del fallecido escuchan llorar a los parientes y se preguntan ahora qui?n las llevar? a conocer el mundo.
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El neceser rosa de la estrella de cine lanz? un maullido agudo y amenazante cuando intent? abrirlo sin su permiso y le escupi? una hoja con su aut?grafo.
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?Por fin libre!, pens? la maleta-bomba cuando la dejaron sola a la mitad de la estaci?n. Y se puso a estudiar la pantalla con los destinos y horarios, a ver a d?nde se lanzaba.
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Las maletas de los viajantes de negocios bostezan de aburrimiento.
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Usaba las maletas para almacenar enseres de casa y ellas, ofendidas, los estropeaban.
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Se enamor? de ?l un d?a en que por error le dieron su maleta: sus libros, su ropa, el olor de las camisas, todo le hizo pensar que aquella maleta pertenec?a al hombre de su vida. Por lo mismo decidi? no devolverla, ni arriesgarse a conocerlo, no fuera a ser.
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Desde que tienen ruedas, las maletas sue?an con echarse a correr solas por las v?as r?pidas y en un rapto de libertad, soltar la carga, pero no se atreven. Siempre ceden resignadas en el ?ltimo momento a la mano que las jala firme hacia su destino, prometi?ndose que a la pr?xima seguro lo hacen.
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Osiris el taca?o falleci? por un fuerte golpe en la cabeza de aquella maleta enorme a la que no hab?a llevado de viaje desde hac?a treinta a?os y se empolvaba y se ajaba en el estante alto del cl?set como una novia abandonada, acumulando rencores en el forro de seda deste?ido.
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?Por fin solas!, le dijo a la maleta, una vez que el empleado sali? de la habitaci?n, tras haberle mostrado el ba?o y el televisor. ?Ahora a d?nde m?s iremos?, le respondi? ?sta. Y se qued? en silencio, pensando que ni loca la llevaba al restaurant.
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Desesperado y sin saber qu? hacer de su vida, se meti? en la maleta abandonada a la mitad de la estaci?n de autobuses, a ver qui?n decid?a por ?l y se lo llevaba.
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Era tal su delirio de persecuci?n que peg? en la maleta nueva sellos y calcoman?as de todos los lugares que no conoc?a y a los que no pensaba viajar jam?s.
AQ