Del mejor partido de la historia a las lágrimas de Federer
Ali-Frazier, Kasparov-Karpov, Prost-Senna, Bartali-Coppi, Evert-Navratilova, Borg-McEnroe, Nicklaus-Palmer… La historia del deporte con mayúsculas se escribe desde la oposición de grandes talentos. Y uno de los duelos que está entre los más apasionantes es el Federer-Nadal. El virtuoso violinista frente al baterista que ha ido depurando su estilo hasta convertirse en otro jugador, un multiinstrumentista. El hielo contra el fuego. La aparente facilidad contra la superación continua. Cuarenta partidos, con un balance de 16-24 para el español. Una rivalidad que comenzó en Miami 2004, con la victoria de un melenudo indomable de 17 años que tumbaba (martilleando ya el revés a una mano del suizo) al que por entonces era número uno a la edad de 22.
Desde entonces, los dos escribieron historias prodigiosas. La más bella, sobre la hierba de Wimbledon, en la final del 2008, «la mejor de la historia» para Sports Illustrated. Una batalla de 4h:48 en la que se condensó toda su rivalidad. El año anterior, Nadal la había perdido y estuvo «media hora llorando solo» en el vestuario. Entre 2005 y 2010, antes de la eclosión de Novak Djokovic, los dos dominaron el tenis. Frente a frente en 16 finales de grandes torneos, incluyendo las ATP Finals de 2010. Nadal ha sido la pesadilla de Federer («Esto me está matando», musitó sollozando después de ser batido en la final de Australia 2017), pero también el rival que le obligó a superarse. Quizá, el genio de Basilea no hubiese llegado a los 20 Grand Slams sin una bestia delante que ya suma 22. Los dos se respetan. Se admiran. Saben que en su gloria está la del otro.