Diario de Santo Tomé (15): Polvo de agosto en los zapatos
Agosto en Toledo era sentir el frío ascético en la catedral cuando el coro cantaba el 'Mostra te esse matrem' y la Virgen del Sagrario aparecía arropada en un manto verde y oro, torera de la fe, alguacililla de la esperanza, hoguera de madera incombustible, maniquí místico del siglo XIII procedente de Limoges chapada más tarde en plata en el siglo XIV. Comienzo del Octavario y procesión de la imagen desde su capilla al altar mayor. En el ferial, en el Paseo de Merchán, era vivir el ruido del tiovivo , el vértigo del güitoma, las voces de las tómbolas, el polvo pegado a los zapatos blancos que tu madre había limpiado, el cucurucho de quisquillas y mirar, entre las celosías de las casetas montadas por el casino y la agrupación Arte, cómo los mayores bailaban , mientras en los ojos del niño crecía una honda melancolía de algo que como una navaja le hacia trizas la mirada . La víspera de la fiesta , el susto de los gigantes y cabezudos que hacía a ese niño de mirada nublada asomarse con miedo al balcón para ver cómo atizaban zurriagazos con vejigas infladas. Y el día 15, despertarse con la música , después de la Misa Pontifical en la catedral, incienso espeso por las naves, esperar el momento de ir al claustro a beber en los botijos (no este año, que habrá que beberla en vaso por por culpa del Covid) agua de las cisternas que la tradición dice hace milagros. ¿Dónde ha ido la ilusión de aquellos días de agosto ardiendo? ¿Dónde el perfume de la infancia, el misterioso enigma de cruzar una calle, el hormigueo en los zapatos nuevos y blancos que llegaban a la casa oscurecidos de sombras? Ahora a uno sólo le queda una medalla de plata de la Virgen del Sagrario que el tiempo ha oscurecido y que llegando agosto su madre se ponía muy cerca del corazón. Un corazón que la plata del tiempo también ha ennegrecido .