Los escritores comentan cómo vencen el miedo al folio en blanco
La literatura también tiene sus Escilas y Caribdis, sus propios monstruos mitológicos, que son las pruebas que debe afrontar cualquier escritor en su oficio. La página en blanco y el bloqueo pertenecen a ese terreno indeterminado que se mueve entre la leyenda y la realidad; una impresión, sensación o estado que para unos autores es tan tangible como la materia y para otros una de esas quimeras que jamás se han cruzado en su camino. En esta LXVIII edición de los Premios Planeta, que ha reunido más autores que en anteriores ocasiones, varios de ellos comentan cómo afrontar algunas de estas brumas creativas. Para Cristina López Barrio, finalista del Premio Planeta en 2017 con «Niebla en Tánger», «el bloqueo es un riesgo constante»: «Para terminar con él acudo a la escritura automática, porque es una de las puertas del inconsciente y hay que tener en cuenta que éste es fundamental para un autor. Para superar esos momentos me apoyo mucho en la música. Escucho bandas sonoras de películas que me han gustado o me entrego a la lectura de poesía».
Eva García Sáenz de Urturi, autora de la «Trilogía de la Ciudad Blanca» –«El silencio de la Ciudad Blanca», «Los ritos del agua» y «Los señores del tiempo», estos instantes de parálisis, que tantas veces han sido retratados por el cine, son intrínsecos al ejercicio de la escritura: «Forman parte del oficio. Para salir de ellos intento escribir sobre las causas que me están produciendo dicho estancamiento. Hay dos manera de verlo: como un muro infranqueable o como si fuera una especie de madeja de la cual se toma un hilo y según se tira se va desenrollando. Yo cuento con el hecho de que el bloqueo va a aparecer en cada una de las novelas a las que me enfrento». Para ella existe un tramo en sus obras con las que debe tener cuidado y explica que «generalmente un libro está dividido en planteamiento, nudo y desenlace. La primera y la última parte suelen ser un treinta por ciento de las páginas y la de en medio un 40. Lo que pasa es que el inicio y el final no suelen ser difíciles porque tienen un planteamiento y después una resolución que hacen más sencillo abordar estas partes. El problema es justo el medio: ahí me preocupo para que no se convierta en un valle árido y trato de incluir los giros y las sorpresas. Es muy delicado».
Recuperar viejas ideas
Espido Freire, ganadora con 25 años del Premio Planeta con «Melocotones helados», en 1999, obra que este año cumple el 20 aniversario de su publicación, reconoce que «nunca me bloqueo. Tengo un esquema tan meditado, tanto al acometer una novela como un ensayo que nunca lo he padecido». Para ella, en cambio, el riesgo asoma desde otro punto del horizonte, uno más imprevisto, menos casual, pero no menos peligroso, que es la pereza: «Hay personas que dicen que son grandes tímidas. Bueno, pues también hay grandes perezosas. Lo que sucede es que una ya tiene cierta tenacidad y logra vencerla», comenta riendo.
Marta Robles, que dentro de poco publica la novela que culminará su primera trilogía dedicada a la novela policíaca, parte con una doble ventaja para eludir estos dos escollos literarios: es una autora reflexiva, que medita su obra antes de sentarse a redactar, y además viene dotada con la valentía y la profesionalidad que le ha dado el ejercicio del periodismo, que es un trabajo que inmuniza contra la página en blanco y obliga a practicar a diario el arte de darle a la tecla. «Mi problema es cuando una novela se cierra de pronto –explica–. En ese caso, lo que hago es releer lo anterior, recuperar viejas ideas que había olvidado o pasado por alto y retomar la historia. Jamás me separó mucho de un libro. Hay autores que conocen desde qué lugar parte y a qué sitio van y otros que lo tienen todo planificado. Yo estoy en medio de ambos puntos».