Castañeras
Del olor a invierno de las ciudades solo quedan las castañeras . Agazapadas en las esquinas de las plazas y en las dobleces de los siglos custodian el último bastión del costumbrismo romántico. «Heroínas de fuelle y tenazas» las llamaba Manuel Bretón de los Herreros en «Los españoles pintados por sí mismos», aquel delicioso bestiario del siglo XIX poblado de personajes y oficios devorados por el tiempo. De aquella otra España en xilografía y carboncillo de escribientes, indianos, amas del cura, nodrizas y pretendientes solo perduran las castañeras con su misma mesa, manta y brasas perfumando de infancia el gélido trasiego urbano de diciembre. Un pequeño puñado de castañeras, rompeolas del progreso, aguantan tan a duras penas como los quioscos de los que se surten para hacer cucuruchos con las noticias de ayer. Puede que el destino haya unido con hilos invisibles el futuro de ambos oficios extemporáneos y deje de haber castañas calientes el mismo día que no se vendan periódicos que manchen de tinta. La castañera, en contraste con la exuberancia de las luces navideñas a final de legislatura, mantiene en su caseta (ahora de chapa y bombillas) la luz trágica de la «vieja friendo huevos» de Velázquez. Es un claroscuro irreverente de Caravaggio ante las ciudades de la Agenda 2030, un dramatismo acogedor anclado en el pasado como una iglesia barroca o una dolorosa de invierno tallada por Juan de Juni. Las manos curtidas en frío, el aliento de carbón, la bufanda de lana, el pañuelo y un escueto bolsillo donde ir guardando los euros. Las castañeras como las violeteras o cigarreras son vedettes de cuplé de posguerra. De los Herreros distinguía entre las castañeras que cuecen y las que asan tanto como las de plaza y de taberna. De las últimas ya no nos quedan y si hubiera las prohibiría Irene Montero . Las otras, decorativas, se montan y desmontan como el tiovivo centenario de la Plaza Mayor . La castañera es patrimonio cultural urbano y se extingue, pero aquí se protege solo con nostalgia. En muchas ciudades se han hecho bronce y ahora habitan los belenes castellanos. Somos dados los españoles a adelantar epitafios.