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La lluvia da tregua y arranca el paseíllo con gran ambiente en los tendidos. Se llena hoy la plaza para ver el cartel conformado por Diego Urdiales, de rioja y azabache; José María Manzanares, de sangre de toro y oro, y Andrés Roca Rey, de rosa y oro. El peruano sigue siendo el más taquillero.
Sale el primer toro, Viajero, negro y axiblanco, de 538 kilos. Un remolino se levanta e imposibilita el toreo de capote de Urdiales. Eficaz la lidia antes del brindis del matador al público. Aunque para el toro quizá no fuera el mejor sitio, por el viento tuvo que plantear entre las rayas en una faena en la que hizo un esfuerzo, pero en la que se le le vio muy incómodo siempre. Se movía con su fondo de casta el animal (con mucho que torear en una tarde sin viento) y se movía una barbaridad Eolo. Entre unas inclemencias y otras, la cosa quedó entre dos aguas. Mató de una estocada defectuosa que necesitó el uso del descabello. Saludó una ovación.
Cojito, número 136, es el segundo, al que no se le atisbaban grandes fuerzas. Se desmonteró Daniel Duarte tras un soberbio par. Perdía las manos el toro, pero aún con su mermada fortaleza, al ver a Manzanares descubierto por el viento, se le fue directo al pecho. Tremendo el susto. Con paciencia y disposición, logró loables pasajes y sonó la música. Como se oyó un aviso antes de perfilarse para matar. Pinchazo y estocada. Saludos.
Comunión absoluta entre Roca Rey y el público desde el saludo al tercero, ganando terreno hasta los medios por verónicas y chicuelinas. Y de mano baja el quite por Chicuelo. Bárbaro el peruano desde que apareció en escena. Y a los medios se va para citar al toro. Ni el viento puede con la Roca, que sigue siendo el Rey de la taquilla. Muy buena la condición del toro, cuya embestida va alargando y sometiendo la figura peruana. Le arrastraba a Roca el valor, por ambos pitones. Humillaba el noble Centinela, con el hierro de Cortés, mientras Andrés ligaba. Se pasaba al toro por delante y por detrás. Soberbio, con la emoción trepando por los tendidos, en pie. Ni el descabello le privó de la oreja pedida; de no fallar con el acero, hubieran sido dos.