En el último número de «Mujer Hoy» hay un reportaje sobre «Las mujeres más poderosas (de las que nunca has oído hablar)». La CEO de Youtube, la directora de Oracle, la directora operativa de Facebook (o sea, Sheryl Sandberg), la directora general de Nasdaq… Gente así.
En un despiece está «Elizabeth Holmes: la estafadora que se cayó de la lista». Ya saben que en HBO hay un documental («The Inventor», de Alex Gibney) sobre esa mujer que en 2004 abandonó la universidad y fundó Theranos, una compañía que iba a revolucionar la atención médica haciendo análisis clínicos con un pinchazo en una farmacia o en el Walmart. En nueve mil millones de dólares llegó a estar valorada. Sin base científica alguna recibió ayuda de ricos bobos. Un gran timo contado como un apasionante thriller.
En la segunda temporada de «Big Little Lies», a Laura Dern le pasa algo parecido a lo de Elizabeth Holmes. No lo de ser estafadora y fea, sino lo de caerse de una lista de mujeres importantes. Pero en este caso es de manera vicaria e injusta por los chanchullos económicos de su marido. Cuando se entera de que están en bancarrota y le dice al tipo «¡No voy a dejar de ser rica!», es uno de los momentos más verdaderos de la segunda temporada, Meryl Streep aparte. Porque, si no fuera por esa suegra espantosa, no sé si seguiría viendo la serie.
Volviendo a mujeres poderosas, hay una escena memorable en la segunda temporada de «Fleabag» entre la propia Phoebe Waller-Bridge, guionista, protagonista, geniecilla de la tele, y Kristin Scott Thomas, que sólo tiene esa aparición, pero es suficiente. Están en la barra de un bar después de que Scott Thomas haya recibido un premio a la mejor mujer empresaria o algo así. Dice que los premios a las mujeres son la mesa de los niños de los premios. «¿Y por qué aceptas?», le pregunta Phoebe. «Porque no quiero parecer una capulla».
A veces hay que decir no, pero no eres menos íntegra o menos poderosa por ir a un sitio donde no te apetece o que te parece una gilipollez. Miren a Isabel Pantoja haciendo cosas que nos parecían impensables. Ríete de las naves en llamas más allá de Cantora.