La acción colectiva en educación
M. Crozier y E. Freidberg (1990) en su libro El actor y el sistema. Las restricciones de la acción colectiva, plantean un modo de razonamiento y reto teórico para comprender los problemas complejos que atañen a las organizaciones y de cómo los hombres han inventado una serie de instrumentos para asegurar y desarrollar su cooperación con vistas a lograr metas comunes, es decir, a la acción organizada de los hombres, la acción colectiva. Inician su razonamiento con una pregunta ¿En qué condiciones y a qué precio, en cuanto a restricciones es posible la acción colectiva, es decir, la acción organizada de los hombres? Este planteamiento, me sirve para generar algunas reflexiones sobre la escasa acción colectiva para problematizar los asuntos educativos y actuar en consecuencia.
La acción colectiva en educación es necesaria, nos permite visibilizar los problemas más profundos que tenemos y a contextualizar la situación. Implica a su vez la contribución a la constitución de una ciudadanía capaz de transitar hacia una sociedad más democrática y solidaria, con mayor sentido social. En este marco de ideas, la acción colectiva en educación no puede ser ajena al pensamiento crítico-político-pedagógico que busca la emancipación del pensamiento y la acción, así como el dialogo entre los sujetos sociales, además de que evita el reduccionismo de la realidad social.
Cuando nos preguntamos ¿qué sociedad queremos formar?, ¿qué educación queremos y necesitamos?, ¿cómo construir una educación que responda a las demandas sociales?, la acción colectiva aparece como una vía posible para dar respuesta, en tanto que nos posibilita la reflexión colectiva de los problemas y las acciones para hacer frente a los desafíos sociales. El asunto no es simple, toda vez que la acción colectiva es un constructo social que requiere de múltiples explicaciones sobre sus condiciones, además de superar sus restricciones y de mantenimiento permanente.
La acción colectiva en educación implica entonces la construcción de nuevos marcos de acción, de nuevas narrativas que incorporen relatos sobre los temas sociales emergentes y marquen puntos de ruptura con las narrativas oficiales legitimadas en el tiempo. Se debe traer al centro, y reivindicar, el papel de la escuela y el maestro, en su resistencia histórica por construir una sociedad más justa e incluyente. Implica el desapego con la cultura de la individualización impregnada en las instituciones y organizaciones educativas y que han sido producto del seguimiento puntual de políticas fundas en una racionalidad técnica, que se distancia de lo humano y social.
Construir acción colectiva es un camino posible. Crozier y Freidberg (1990) nos dicen que “los constructos de la acción colectiva en sus diferentes modalidades constituyen la solución. Mediante ellos, se redefinen los problemas y los campos de interacción se acondicionan o se organizan de tal manera que los actores, en la búsqueda de sus intereses específicos no ponen en peligro los resultados de la empresa colectiva; incluso los mejoran. En resumen, organizan los modos de integración que afianzan la cooperación necesaria entre actores sin suprimir sus libertades, es decir, sus posibilidades de perseguir objetivos contradictorios”.
Nos debe quedar claro entonces que, para construir este nuevo conocimiento de acción colectiva, es indispensable que debemos transformar nuestro pensamiento y acción. Iniciar tal vez por aclarar nuestro posicionamiento político-pedagógico, lo cual implica un reconocimiento de nuestra realidad social y de los focos de poder en la educación, pues serán el centro de nuestra acción y motivo de la organización. En ello, se fortalece la capacidad del reconocimiento del nosotros para empezar a construir identidad colectiva (Delgado, 2010), como un bien social.