Gréco

Je suis bien, deshabillez-moi

Oui, mais pas tout de suite…

La muse de Germains des Prés me dicen, se ha ido a los 93 años. Pensé en mis 20 años. Existencialista acaso por no haber entendido La náusea, leída a los 18, me disfracé de Juliette Gréco durante varias temporadas. Pantalones y sweaters negros de cuello alto, melena suelta y flequillo. Mis amigos se reían y me nombraban Juliette. Al mismo tiempo amaba a Camus con quien, llegó a mis oídos, ella se acostaba. Qué erotismo adolescente el mío. Fundía en esas dos figuras, música, mis estudios de literatura francesa, mis maestros paradigmáticos Sartre y Simone de Beauvoir, los sueños de un amor único y libre como el de ellos, y vaya a saber cuánto más.

Lo cierto es que nada de eso sobrevive y sospecho que pocos son los que se conmovieron ante la noticia de su muerte. Aunque hubiera sido Sartre quien la impulsó a cantar; Camus, quien la sedujo; Ives Montand, uno de sus héroes musicales, y finalmente aquel grupo existencialista de escritores jóvenes y célebres que hizo de ella su musa. Como pasó con Boris Vian y antes con Jacques Brel, que también fue su maestro.

Ahora la escucho y resuenan para mí los años en que nos desesperábamos por sentir en nuestra entraña el vómito, vale decir, la náusea de la nada. Sin darnos cuenta ni tener la menor idea que éramos latinoamericanos y que nuestros países no estaban en el ocaso de ninguna cultura, sino en la eclosión de lo que podíamos llegar a ser. Pero bueno, lo fuimos entendiendo de a poco, a pesar de las canciones de Gréco que siguieron resonando en nuestros corazones.

Juliette no era una profesional, su carrera es completamente contingente, alguna vez en su grupo de Germains del Prés, Sartre la impulsa: Si quiere cantar que cante, así debe ser siempre. Parece ser que había sido un malentendido y en realidad lo que ella había declarado es que no quería cantar en absoluto. Pero cuando a Sartre se le metía una idea nadie podía hacerlo renunciar. De modo que fue él mismo quien se puso a la búsqueda de letras que pudieran convertirse en canciones. Así Juliette tuvo el privilegio de estrenarse con versos de Queneau, Laforgue y el propio Sartre, quien entre risas y burlas de sus copains, se convirtió por unas horas en “letrista”, escribiendo La rue des blancsmanteaux, solo por contentarla.

La exigencia de Gréco respecto de las canciones que quería interpretar era mucha. Difícil encontrar aquellas que pudieran contentarla de modo que de alguna manera fue ella misma en su obstinada búsqueda quien dio fama a Jacques Brel o a Léo Ferré.

Cuando en 1954 actuó por fin en el Olympia de París, que antes consagrara a Edith Piaf y a Yves Montand, ya estaba completamente consagrada por un público bohemio, existencialista, intelectual y rebelde que la convirtió en su estandarte, su musa, el símbolo de su disgusto y rechazo de una clase media ascendente que ignoraba sistemáticamente a los condenados de la tierra que pronto Sartre pondría en foco a través de su amistad con el africano Frantz Fanon.

Juliette Gréco, nacida en 1927, a lo largo de su vida no solo fue amada por franceses, en 1949, el compositor y trompetista Miles Davis, cansado de los arteros ataques racistas que a diario sufría su propia carrera en Estados Unidos, viaja a París y conoce a Juliette. El amor súbito y compartido estalla entre ambos. Sin embargo, sucede lo inevitable: dos mundos, dos razas, dos costumbres, de acuerdo o no, no lo sé, renuncian a la pasión amorosa que los había atrapado y Miles regresa a su tierra.

A pesar de tanto éxito, Juliette había sufrido terriblemente con la deportación de su madre y su hermana en 1943 a causa de la ocupación nazi en Francia. Ella misma con sus apenas 16 años fue puesta en prisión durante varias semanas, cuando todavía era Jujube, como le decían de niña. Precisamente este apodo será el título de la autobiografía que relata esta época. Lo hacía, declaró, no porque le gustara escribir, sino porque no quería que lo hiciera otro.

Entre todos sus éxitos hay uno que me gusta mucho. La letra es de Jacques Prévert y me la sé de memoria: Je suis como je suis

Je suis faite comme ca

Je suis comme je suis

Je suis faite pour plaire

Se casó en tres ocasiones, libre y moderna como lo denotan sus propias canciones. Alguna vez con el gran actor Michel Piccoli, en la primera con alguien que no le dejó huella y en la tercera con el pianista acompañante de Brel, quien terminó siendo su compañero de vida. Cantó siempre hasta que un derrame cerebral en su última gira llamada Merci la obligó un año antes de su partida a dejar la escena. Lo que vale es que en Chile cantó frente a Pinochet con todo su desparpajo rebelde lo que le regaló según sus propias palabras el fracaso más hermoso de su vida. La deportaron al día siguiente.

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