¿Dónde firmo, dónde firmo, dónde firmo?
Como soy un marginado de la vida, siempre he tenido envidia de los abajofirmantes, esa extraña tribu que se reúne alrededor de una fogata para conformar excitantes rituales de apareamiento no suficientemente investigados por National Geographic. Nada más de pensar en el prestigio y el glamour que representa estar entre los que apoyan una causa desde las burbujas de amor intelectual derechaira, me siento en lo que se conoce como el kunderiano kitsch político de la Gran marcha. Esa ansia de militancia desde la intimidad de tu despacho opositor, como el meme del can que mientras por la ventana se asoma el apocalipshit, teclea frenético y alegre en el computador.
Bueno, también me gustaría ser como la senadora priista Vanessa Rubio, brazo derecho del dotor Mit, que es muy posible que tampoco haya visto pasar, igual que su jefe, a los agronitroenajenados ni las estafas maestras, que ahora ha emprendido la graciosa huida rumbo a Londres, no vaya a ser que salga tiktokeando en los vídeos de Lozoya-Lozoyita. La primera de una diáspora que se nutrirá de aquellos que deben estar sudando más la gota gorda que Kike Alfaro en La Mañanera a su paso para la sección: “¿No que no tronabas, pistolita?”.
Como quiera que sea, qué mala onda que haya gente antidemocrática que los quiere callados porque estarán como ausentes, cuando se trata de un bonito y encantador grupo que no son de la BOA pero actúan como si fueran de la BOA y tienen la capacidad constrictora de una BOA. Una banda a la que no puedo dejar de admirarlos por su voluntad de ejercer su derecho a la critica ocre, acre y mordaz que habían tenido ahí guardada en el rincón más frío, oscuro y húmedo del clóset. Por eso, y no porque haya un ápice de resentimiento social al revés, es que se le ve un poco oxidados y faltos de ese jenesaisquoi que tenían cuando apuntalaban con algo más de líneas ágata, a los excelsos gobiernos del Prian que cómo se la rifaron para llevarnos al primer mundo.
Ojalá, gracias a los abajofirmantes comience el fin de la dictadura pejista, regrese al poder la Loca academia de Javidús, encabezada por Chesarito, el Duarte bueno.
Yo quiero ser como ellos, al ritmo de la canción de Rockdrigo, cuando canta que “en un lugar lejano relleno de nopales, había unos tipos raros llamados intelectuales, decían conocer la neta y hasta también la locura, pero sintiéndose de otra raza, nunca daban pa’ comer”.
¿Dónde firmo?
@jairocalixto