Futbol para ver y no tocar
Tres minutos son suficientes para que el ojo se acostumbre, el oído se ajuste, y nuestro sentido de televidente olvide que el partido se juega en un estadio vacío. Se extrañan muchas cosas durante las transmisiones, el efecto audiovisual que producen los aficionados no puede convertirse en mp4, pero lo esencial sigue ahí: dos equipos, el balón y una competición.
Bien distribuido, empaquetado, y producido con recursos virtuales y sonidos ambientales, la televisión consiguió centrarse en lo que la mayoría queremos ver: el juego y sus jugadores. El futbol actual viene en una caja, listo para consumir. Hay que reconocer el empaque que tuvieron alemanes, españoles, ingleses e italianos, para poner en escena un espectáculo que parecía condenado al caos.
El futbol europeo, líder indiscutible de esta industria, fue capaz de generar los protocolos, recuperar los calendarios, cumplir con sus compromisos, ajustar el producto, enfocarse en la distribución y entregar en los hogares un artículo de enorme rentabilidad.
No sé hasta dónde podría llegar el futbol sin fanáticos en los estadios, ni cuánto podría durar; pero queda claro que el experimento, provocado por la emergencia, arrojó mejores resultados de los esperados: perdió sabor, pero mantuvo la proteína que alimenta su pasión. Una vez acostumbrados al paisaje de un estadio vacío, y sin el miedo de enfrentarnos a la falta de tensión competitiva en partidos a puerta cerrada, los aficionados hemos descubierto que el futbol, de ver y no tocar, garantiza emociones.
Con la experiencia de la versión covid de su producto, la Champions League será el evento deportivo del año. Hay quien piensa que este capítulo en la historia del deporte no tiene valor, o que los campeones de esta etapa carecen de rigor. Todo lo contrario, la pandemia ha enseñado la versión más competitiva que tiene el deporte. Sus campeones deben ser honrados.