Derrumbe moral
Por experiencia andada y casi por verdad de Perogrullo, se sabe que ninguno de los gobiernos donde han hecho de la polarización su eje de acción política han logrado sobrevivir. Ninguno.
Ni en los regímenes propulsores del resentimiento de clase, o de aquellos guiados por odios raciales o por exacerbados nacionalismos. Ninguno.
Todos se han derrumbado. Y su fracaso ha sido, sobre todo, moral. El más implacable de los juicios históricos.
Sí. Ninguno. Vayamos hasta donde vayamos. Pongamos solo la última centuria: Stalin en la URSS, Hitler en Alemania, Mussolini en Italia, Franco en España, Pinochet en Chile, Gadafi en Libia, Castro en Cuba… Y, si nos apuramos, Trump en Estados Unidos (aunque su reelección se produzca y nos parezca un triunfo).
Son tantos que resulta extraño no preguntarse cómo habiendo innumerables muestras, se quiera, en la terquedad, imponerse hoy.
Es muy probable que esos fracasos han radicado en que todos esos regímenes han pretendido tener un “derecho total” sobre los ciudadanos. Guiarlos, educarlos, moldearlos a su antojo y semejanza. Revísese y se observará que ya en el espacio público como en sus formas de actividad social organizada, cada uno de ellos llevaron a cabo incesantes intentos de moldear las actitudes y los comportamientos con arreglo a la polarización derivada de sus dogmas ideológicos.
Entrar en una polarización movida por el odio y empeñada en erradicar, no solo derrotar, al enemigo ha sido la receta infalible para que se produjera el colapso de los criterios básicos de humanidad. Y, con ello, el derrumbe moral de todo gobierno por bien intencionado que podamos adornarlos. También es verdad que la burda y ficticia construcción del culto a la personalidad del gran gobernante es igualmente un camino seguro al fracaso. O como les gusta decirlo ahora: el camino más seguro para acabar en el basurero de la historia.
Es verdad —igual de Perogrullo— que con la llegada de un nuevo gobierno, o si se quiere de la genial invención de una nueva transformación política, se tenga como objetivo destacar precisamente los puntos que los distancian de sus antecesores, diferenciarse de los contrarios, enemistarse con los causantes del desastre que reciben. Incluso es de buena andanza señalar con pompa sus yerros para, a cambio, impulsar las rectificaciones y enmiendas o, vamos, hasta para revolucionar formas y fondos.
Claro es que sería todavía más sano para la legitimidad y cumplimiento de la palabra empeñada, que aquellos a quienes se les ha señalado con enjundia sus delitos, ahora, en el poder, se les investigue, procese y enjuicie. Pero caer en la sistematización de la denigración es encaminarse a los terrenos de polarización que no tiene vuelta de retorno, salvo para su propio fracaso y destrucción moral.
La advertencia, por experiencia, está echada. Nadie está exento. Ni oposiciones ni gobiernos, ni derechas ni izquierdas o quimeras.
Déjenme parafrasear una legendaria consigna y convocar a la unidad gremial. Algo así como “Jilgueros de la 4T, uníos”. Desterremos la polarización. Y si hubiera alguno en quien el Presidente no solo confíe sino también lo escuche, se le propone desde aquí, respetuosamente, tuviera a bien proclamar, encendido de lucha: ¡Camarada Presidente, el fin último de nuestro enemigo está en nuestra unidad moral y política! ¡No claudiquemos!
@fdelcollado