La Puerta Grande se resiste, también a El Juli
Entre la polémica de los encierros y la baja de Roca Rey, que ya se le vio mermado del hombro la tarde anterior comenzamos la corrida. Y no era una baja cualquiera. El único que venía dos tardes y por el que los reventas hacen su “julio” de verdad. Y no hay más que asomarse por las taquillas de la plaza a cualquier hora para ver lo que funciona y lo que no. Cuando es “a su precio” o el día que se hace negocio. Una grandona corrida de Victoriano del Río aguardaba. Espectacular de cara, de pitones, fue el segundo de la tarde, que era de El Juli. Le pegaron en el caballo, se vengó en banderillas haciendo pasar lo suyo a las cuadrillas, como si le hubiera tomado la matrícula a cada uno de ellos y acortara terreno para ser más certero en el tú a tú. Y así, agarrado al piso, sin querer pasar y remoloneando llegó a la muleta de El Juli, que tiró de oficio, de estar Pamplona, se justificó y llegó la hora de quitárselo del medio. Y eso, con lo que tenía por delante, que era un parapeto del infierno, resultaba una broma. Lo hizo, aunque no a la primera.
Le vino después al madrileño un noble ejemplar, de larga arrancada, franca y entregada. Esos pitones que querían darse la vuelta los empleó para darse en la muleta de El Juli, que hizo lo que quiso con el animal y con el público. Ya al final vino un recital de circulares con efecto hipnótico. La espada entró y el gritó del público se escuchó en toda Pamplona, pero el descabello restó aquello a un trofeo.
Mejor condición había tenido el primero de Antonio Ferrera, que tuvo cosas buenas cuando tomó los vuelos de la muleta del extremeño, por abajo, con la voluntad de repetir y largura en el viaje, aunque justo de fondo. El toro tuvo la tendencia de resguardarse en tablas y ahí ocurrió casi todo. Cuando se lo sacó al tercio, ya al final, justo antes de buscar la muerte, firmó los mejores muletazos. Muy toreros. La espada fue buena, pero no efectiva y se alargó más de lo que le gusta a él y a Pamplona. Una vuelta al ruedo dio con el noble cuarto. Medido y templado.
Pablo Aguado no renunció a su clasicismo y al buen concepto que tiene con el tercero, muy incierto en banderillas. Le hizo las cosas muy bien con la muleta, solvente y con aroma a torería. Sin venderse. Sin dejarse llevar. Ya es mucho, oiga. Y más de lo mismo con ese sexto, franco y con el fondo debilitado.