Puig, el gigante español propietario de firmas como Paco Rabanne o Carolina Herrera
Nueva York. Madison Avenue. Nueve de la noche. Se abre la puerta de un pequeño diner llamado Three Guys —no Five— y entre bandejas de hamburguesas, vestidos de lunares y cócteles con querencia a salir disparados de sus copas se vislumbra a la diseñadora Carolina Herrera comiendo patatas fritas. A unos metros, su sucesor al frente de la marca desde hace un año y medio —Wes Gordon— baila con su madre como si no hubiera un mañana. Celebran el éxito de la colección que han presentado en Battery Park ese mismo 9 de septiembre. Y no lo hacen con una lujosa fiesta regada por champán y rumores maliciosos, sino con un encuentro en el mismo restaurante familiar donde Herrera y su equipo almuerzan a diario. La etiqueta exige comer con las manos y no hacer networking. O, al menos, intentarlo. Según va avanzando la noche, el volumen de las conversaciones se dispara. Y, sí, (en parte) se debe a que la música está alta. Pero también —y es un hecho empírico— a que hay un nutrido grupo de españoles en el evento. Porque aunque muchos no lo sepan —incluidos gran parte de sus compradores—, Carolina Herrera es propiedad de una compañía española. Creada en Estados Unidos por una venezolana, pero adquirida en 1995 por Puig: una empresa familiar con una estrategia muy distinta al modelo imperante, que no solo se ha erigido en el grupo de lujo más grande de España. Compite de tú a tú en un sector tan agresivo como tendente a la concentración, donde los grandes conglomerados —Kering, Richmond— absorben todo lo que entra en su órbita a través de agresivas operaciones de compra. La última: la que acaba de terminar con Tiffany & Co. en manos de LVMH.