Belén: resucitar una Navidad en peligro de extinción
Dos años en blanco. O de fundido a negro. Sin Navidad. Cancelada por la guerra de Gaza. No había nada que celebrar. Al menos, públicamente. Pero algo cambió con el alto el fuego de octubre. El abeto ha vuelto a engalanarse en la Plaza del Pesebre de la ciudad de Belén. Con un nacimiento a sus pies. Han regresado el bullicio y la algarabía. Las gaitas y los tambores resuenan. Y no solo porque lleguen algunos peregrinos de todo el planeta.
Los cristianos están reivindicando en primera persona, con su presencia, el nacimiento de Jesús. Creyentes en plural, porque desde la plaza se contemplan la iglesia siro-ortodoxa dedicada a la Madre de Dios, la protestante de la Natividad y la nueva iglesia de los melquitas. En total, la comunidad local la componen principalmente los católicos romanos (unos 5.000) y los greco-ortodoxos, junto con greco-católicos, armenios, siro-ortodoxos y siro-católicos, coptos y luteranos.
«Está todo desbordado de gente de Galilea, procedente de Judea, Jerusalén, San Juan de Acre, Mugar, Shefa-Amr...», explica a LA RAZÓN fray Aquilino Castillo, franciscano español que ha decidido pasar estos días en la cuna del cristianismo para apoyar a su comunidad en unas jornadas que están siendo especialmente intensas e ilusionantes.
«Hoy he estado tres horas confesado con mucha gente joven acercándose al sacramento de la reconciliación, con ganas de volver a vivir el nacimiento de Jesús en el lugar, con el deseo de volver a nacer», explica el sacerdote, que también es testigo de cómo a las ocho de la mañana «ya había una fila de peregrinos para entrar a la Basílica de la Natividad que daba la vuelta al templo». De la misma manera, se multiplican las celebraciones en el llamado Campo de los Pastores, lugar en el que el ángel anunció a los hombres y mujeres del campo que había nacido el Salvador.
Para el religioso, «este movimiento es signo de esperanza, de que se recupera la vida después de un tiempo complicado». «Es una alegría ver a los ‘boy scouts’, pero también a matrimonios que llegan con sus bebés, niños que han nacido durante este tiempo, y los llevan en brazos para que sean bendecidos por primera vez en la gruta, en el pesebre original», ensalza emocionado.
Así, subraya cómo el Estado israelí ha facilitado permisos para poder acceder al enclave. El control militar del muro que separa de Jerusalén fluye con algo más de normalidad. Sin embargo, este impulso navideño no parece ser suficiente para una región que se está vaciando de cristianos en las últimas décadas de una manera imparable. Hoy, de unos 30.000 habitantes, los cristianos representan ya menos del 40% en la ciudad. En total, en Tierra Santa, la presencia cristiana se ha reducido a un alarmante 1%.
El religioso franciscano lo justifica desde un cóctel demográfico. Por un lado, hay una migración eminentemente masculina, lo que provoca que haya cuatro mujeres y media por cada hombre: esto provoca que se casen con musulmanes y, sus hijos, por ley, tengan que profesar el islam. A esto hay que unir la poligamia musulmana, ya que la natalidad entre los seguidores de Mahoma es mucho mayor. Eso, sin olvidar la instalación en Belén de tres grandes campos de refugiados palestinos, también musulmanes.
«Por eso, las celebraciones de estos días dan mucha esperanza, porque suponen una expresión pública de los cristianos», expone el fraile, que recuerda cómo este año la Epifanía católica coincidirá con la Navidad ortodoxa. «Es posible celebrar en Gaza, es posible celebrar en Belén», entonó en la Misa del Gallo, en la noche del 24 de diciembre, el cardenal Pierbattista Pizzaballa, en una basílica de la Natividad abarrotada. El patriarca latino de Jerusalén pronunció una homilía que buscó ser voz de denuncia ante el sufrimiento de los gazatíes, tan solo un día después de visitar la única parroquia católica de la franja: «Las familias viven entre los escombros. El futuro es aún frágil e incierto. Las heridas son profundas». «No son fruto del destino, sino de elecciones políticas, de responsabilidades humanas, de decisiones que a menudo anteponen los intereses de unos pocos a los intereses de todos», expuso el purpurado.
Para fray Aquilino Castillo, «el cardenal Pizzaballa ha hecho muy bien en ir a Gaza y celebrar allí la pre Navidad, visitando las ruinas de la ciudad y abrazando a la pequeña comunidad cristiana». «Además, nos ha traído desde Gaza el mensaje de que, pase lo que pase, ocurra lo que ocurra a nivel geopolítico, igual que cuando el Imperio romano dominaba esta tierra, Dios se hace presente y nace para regalar paz y esperanza a todos», deja caer el religioso.
A la par, no duda en asegurar que Jesús, dos mil años después, continúa siendo ese «Príncipe de la paz» con el que soñaba el profeta Isaías: «¿Sabes en quienes lo he notado? En los jóvenes musulmanes que se me han acercado estos días a desearme una feliz Navidad. Ese gesto revela que la guerra ha terminado a todos los niveles y que volvemos a celebrar juntos aquello que es importante para cada uno».
En este contexto, regresar a Belén también tiene un significado especial para fray Aquilino: «Es volver a casa, porque viví aquí durante dos años y pude comprobar cómo hay una comunidad católica muy viva. Frente a nuestra sede en Jerusalén, donde la participación fundamental es de consagrados, aquí cada celebración es del pueblo, ellos aportan la coral, los instrumentos… Es una liturgia muy vivida y participada».