Faltan unos meses para que se cumplan veinte años
de una operación que ha marcado el siglo XXI del fútbol mundial, que ha marcado la leyenda del Real Madrid y que ha transformado la vida de un futbolista hasta convertirse en un mito.
Zidane había perdido la final de la Champions en 1998 frente al Real Madrid. Unas semanas más tarde ganó el Mundial con Francia, pero la derrota ante el conjunto blanco le dejó un mensaje interno: estoy en el equipo equivocado, el sitio donde puedo explotar mi calidad es el Real Madrid, porque solo piensa en crear, no en defender.
La oportunidad llegó a finales del año 2000. Y se hizo realidad en 2001. Florentino Pérez y Zidane coincidieron en una reunión. El presidente del Real Madrid le propuso su contratación al cabo de media hora de conversaciones diversas. Le pasó una servilleta entre comensales. Zizou leyó: «Te gustaría jugar en el Real Madrid». El marsellés le contestó en el mismo papel: «Oui».
Nacio así una pelea que tardó un trimestre en consolidarse. Zidane presionó mucho a la Juventus para que admitiera su transferencia. Moggi, cabeza del club italiano, soportaba esa insistencia del jugador. Tras un partido frente al Atalanta, Moggi dijo a Zinedine que debían hablar y le espetó: «Si el Real Madrid quiere ficharte, deberá pagar mucho dinero».
El francés se comunicó con el presidente madrileño. Había que pagar una cifra que sería plusmarca universal, tras el récord de los 62 millones que Florentino Pérez abonó un año antes por Figo al ganar las elecciones presidenciales. El Real Madrid pagó 75 millones, de nuevo otro fichaje que era un hito económico del planeta.
Zidane fue presentado en el Bernabéu ,junto a Di Stéfano, poco tiempo después. Fue la mejor operación del siglo que ha hecho el dirigente blanco. Y Zinedine manifiesta que ha sido lo mejor que ha hecho en su vida. El marsellés triunfó primero como jugador, decisivo en la Champions de Glasgow, y triunfó como entrenador en la segunda década de este siglo cuando fue elegido entrenador el 4 de enero de 2016. El niño nacido en Marsella suma cuatro Champions, una como futbolista y tres como primer entrenador. Para Zizou sin cinco, porqye celebró también como ayudante de Ancelotti la conseguida en Lisboa en 2014.
Pero hay que halbar de esa transformación de Zidane, del niño que soñaba con ser Enzo Francescoli al hombre que soñó con ser grande en el Real Madrid. Zinedine nació en los barrios bajos de Marsella. Pasen y lean:
Millones de ácaros de los cientos de alfombras colgadas sobre las ventanas de la Place Tartine, en la Marsella pobre, disfrutaban de su regate con el pie colocado encima del balón para girar sobre sí mismo y dejar perdido a quien osaba quitárselo.
Las madres argelinas que recogían las alfombras decían que «el pequeño de Malika va para futbolista». Sus hijos hablaban de «Zizou» como el mejor del barrio. «¡Yo siempre me pido jugar con él».
Zinedine Yazid Zidane es un talento nacido de las carencias, de la necesidad, del hambre de triunfar cuando no se tiene nada. Los especialistas en genética deberían estudiar que tiene la Cabilia argelina para producir futbolistas geniales, artistas, surgidos de la precariedad económica. «Zizou», como le llaman desde niño, nació en Marsella en el seno de una familia procedente de Aguemone, un pueblo de la Cabilia. Sus padres, Smail y Malika, emigraron inicialmente a París, para trasladarse muy pronto a la ciudad costera. La razón es rotunda y define muy bien la forma de ser y de sentir de Zidane: Francia recibía a los argelinos y marroquíes como mano de obra barata, pero la sociedad no les quería como franceses, y Marsella era una ciudad poblada de argelinos donde se sentirían a gusto, sin sufrir ese rechazo.
Un barrio que marcaba
Smail y Malika se trasladaron a Marsella para vivir en un complejo de viviendas humildes, subvencionadas por el Gobierno, levantado en el norte de la ciudad. El complejo se llamaba, y se llama, La Castellane, una premonición del sitio donde triunfaría unas décadas después. Allí, en la «Place Tartine», bajo las ventanas abiertas de cada piso, esos ácaros de cientos de alfombras colgadas caían sobre su cabeza para inspirarle esa técnica en el dominio del balón que tan pocos futbolistas han conseguido. Y en la «Rue Berrex» se jugaban partidos cada tarde, después de salir de «l’ecole».
Muchos de aquellos chavales no creían muchos en los estudios. Sus padres coqueteaban con mundos ilegales. Es importante relatar todo ese cuadro cultural porque pertenecer a «la Castellane» imprimía carácter. En ese ambiente, Zidane desveló un talento natural para el fútbol que explotó con facilidad cuando acudió al Velodrome a ver los partidos de Enzo Francescoli. Disfrutó con el genio del uruguayo. Le encantaba su regate de espaldas pasándose la pelota de una pierna a otra y la rapidez para girar y disparar. Se convirtió en su ídolo. Su ilusión era imitarle al día siguiente en su barrio. Y era feliz al comprobar que él también lo hacía con sencillez. Sería futbolista.
Elineau le abre al mundo
Jugó en dos equipos de Marsella antes de dar el golpe decisivo de su vida: su fichaje por el Cannes, a los 14 años. Marcharse de casa definió su personalidad. Tímido, frío en su niñez, dejó su barrio y salió a competir al mundo con su calidad innata. Jean Claude Elineau, un directivo del club, le acogió como un hijo en su casa para que pudiera desarrollar su carrera. Le dio una educación dura, sin concesiones, que le inculcó la disciplina. No podía ser tan tímido. Debía explotar su personalidad de la misma forma que explotaba su genio con el balón. A los 17 debutó con el Cannes en la Primera francesa. La estrella comenzaba a brillar.
A los veinte era una de las grandes promesas del futuro y el Girondins le fichó para desarrollar toda su clase. Zizou se hizo un gran futbolista. A los 21 se casó con Veronique Fernández, bailarina profesional de origen español que es la madre de sus cuatro hijos. Debutó con Francia en 1994. Marcó dos goles a la República Checa (2-2) y se los dedicó a ella, «que está embarazada». Enzo, bautizado así en nombre del ídolo que le hizo dedicarse al fútbol, nació el 24 de marzo de 1995.
En 1998 estaba en el once equivocado
Zidane volaba deprisa, deprisa, a la misma velocidad que destacaba su arte en el césped. Destacó en la Eurocopa 1996 y la Juventus lo contrató. Allí se consagró. Fue su líder creativo. Había madurado. Lo ganó todo, menos la Champions, perdida ante el Real Madrid en 1998. Aquella noche se dio cuenta que quizá estaba en el bando equivocado. El club que apostaba por el fútbol de clase era el Real Madrid. Le gustaría jugar ahí. Era el sitio idóneo para su talento. El éxito del Mundial 1998 no le hizo olvidar esa meta de futuro. Ya se sabe, si persigue algo, luchará hasta lograrlo. Es el lema de trabajo que aprendió desde Cannes. «Hazte respetar peleando por lo que deseas hasta el fin».
«El acierto de mi vida»
Florentino Pérez lo intentó desde que ganó las elecciones en el año 2000. La Juventus no cedía. Hasta que en 2001 llegó la oferta irrechazable. Zizou ya le había dicho «oui» al presidente en la servilleta más famosa del mundo. Alguien la tiene guardada. Y el traspaso se hizo realidad.
El francés quería venir al «Real» porque jugaba con el estilo que podría exprimir su creatividad. «Era el momento de venir al fútbol español», señaló ante ABC mucho tiempo después. En ningún otro sitio podría desplegar su repertorio técnico con tanto reconocimiento.
¿Quién guarda esa servilleta rota histórica?
Se convirtió en un ídolo del madridismo, en un rival admirado por el barcelonismo y todo el orbe del fútbol en general. Zinedine ofreció el mejor fútbol de su carrera. «Fue el mayor acierto de mi vida». Ganador de la Champions en 2002, su golazo en Glasgow pasó a la historia como el refrendo del esplendor en la hierba. Siempre se acordara de Elineau, el hombre que le sacó de los «quartiers nord» de Marsella para recibir la oportunidad de su vida. Zidane abrió los ojos y vio que con su calidad podría llegar a mucho. A todo.
Se erigió en un mito. Lloró en 2006, en su retirada. No quiso seguir para que el aficionado no le viera descender en su rendimiento. Ahora, como entrenador, esconde una voluntad indomable. Cuidado, es de la Cabilia. Solo piensa en ganar. Ha asumido el espíritu ganador del Real Madrid. Se ha hecho más madridista que nadie. Todo por culpa de una servilleta que se rompía al escribir con tinta. Pero entre el papel roto se pudo leer una palabrita: «Oui». Lo bueno y breve, dos veces bueno.
