Bellas cargas

El falso pacifismo era la única propaganda que les funcionaba pero se torcieron las sonrisas y ardieron las calles. Dentro de los contenedores incendiados estaba el poco relato que les quedaba y las columnas de humo negro que la noche del martes se alzaron al cielo fueron el luto por un movimiento que nunca ha entendido qué es un Estado, que nunca ha sido inteligente y que en sus decisiones más cruciales siempre se ha equivocado. Mossos y Policía Nacional ya defienden el orden con bellas cargas conjuntas. El director de Mossos, Pere Ferrer, advirtió que tan aparatosos altercados no pueden volver a repetirse y el Govern acabó pidiendo prisión para varios detenidos. No hay porrazo más letal que el que los agitadores se están propinando, situando su movimiento en la violencia criminal. El «Tsunami» desconvocó a media mañana de ayer todos sus actos: Puigdemont, que es un cobarde, se asustó de la brutalidad de sus bases. Torra, otro cobarde, se unió en lamentable excursión a una de las «marchas» en lugar tener la hombría de abrir las celdas de Lledoners: él tiene las llaves. La gresca de anoche, con papel higiénico, con hijos de buenas familias —no son infiltrados— ejerciendo una violencia gratuita y estéril, describió el alcance de la estupidez independentista, que le está haciendo el trabajo sucio al Estado, y está dictando sin ayuda de nadie los severos términos de su derrota. No hay en estas piñatas «afterwork» ninguna indignación: las botellas, primero se las beben y las lanzan luego, y éste es su único pensamiento. La causa es la excusa y la fiesta es el motivo. Enfrentarse a la Policía es una atracción: y tal como yo gozo tanto de la suave elegancia de Shambhala, ellos se desahogoban en la bronca, en el petardo, en la barricada, y calman su frustración incendiando como bárbaros lo que tras el 1-O, la declaración de independencia y la aplicación del artículo 155 no supieron defender como republicanos libres.