La revista «The Economist» acaba de colocar a España entre las «democracias más plenas» del planeta, con notas «cum laude» en pluralismo político y libertades civiles, por ejemplo, un sobresaliente que solo consiguen una veintena de países en el mundo y que sitúa al nuestro quinto entre los que integran el G-20, por encima incluso de Estados Unidos o Francia. Buena noticia para los españoles y mala, muy mala, para la legión de cagalástimas y agoreros que han hecho de la queja y de hablar mal de España casi un oficio, son los típicos cenizos que cual Calimero se mortifican de su mala suerte y que consideran a nuestra joven democracia una obra inacabada, una especie de adefesio incapaz de desarrollarse plenamente pues es víctima de lo que llaman «régimen del 78», la sandez de moda con la que progres y nacionalistas extremos entretienen sus bastante estériles frustraciones.
Se trata de una excelente nota siendo una «monarquía parlamentaria», un sistema que según el habitante del chalé de Galapagar convierte a España en «antidemocrátrica» y que tiene en un presunto sinvivir a los jóvenes españoles cuando les preguntan en el extranjero. Es curioso que casi todas las monarquías europeas entren en este privilegiado club descrito por «The Economist» y que, en cambio, no estén Venezuela o Irán, tan admiradas por el mencionado vecino galapagareño. Sí lo están el Reino Unido, Noruega, Suecia, Dinamarca… donde tienen como jefe de Estado a un rey, como nosotros. Bien es cierto que hay monarquías que no llegan a este selecto grupo, como Bélgica por ejemplo, muy por debajo de España en la clasificación de calidad democrática y que se ha convertido en la tierra prometida de los prófugos españoles, como el forajido de Waterloo. Cada uno destaca en lo que quiere y cada flamenco toca palmas a quien quiere.
Pues aunque España esté entre los sistemas más democráticos, esta semana asistiremos a cómo la izquierda agropecuaria ha convocado una concentración para rodear el Parlamento andaluz en protesta por perder las elecciones en Andalucía. Se le unirá, seguramente, la progresía urbana indignada y otros habitantes de los chiringuitos montados por el régimen socialista que ahora termina. Un solo consuelo: mientras Sánchez Gordillo (el de Marinaleda, donde La Sexta manda localizar a los votantes de Vox) y el diputado Cañamero se entretienen allí estarán más tranquilos en los supermercados o las fincas. Como dice Manolo Contreras, patricio de la información en Andalucía, si los que llaman a rodear el Parlamento andaluz hubieran abierto la boca contra el arte de la mangoleta de los ERE y aquellos altos cargos que pasaban la tarjeta de la Junta por el datáfono de los puticlubs, igual no estaban quejándose de lo de derechas que son los de Vox. Este batallón sostiene que son los del rodeo, los que en Cataluña tratan de imponer el separatismo o quienes se atrincheran en La Moncloa con 84 diputados y su guardia de corps separatista, quienes debilitan una democracia ejemplar nacida del «régimen del 78» y admirada globalmente.