La generación que morirá
Semanas atrás, el destacado analista Ángel Verdugo, señalaba con preocupación la tendencia de las familias modernas a reducir el número de hijos o de plano evitarlos. La relevancia que esto tiene para la calidad de vida de las personas de la tercera edad en los últimos años de su existencia, se centra en la soledad de los mismos. Las expectativas de los padres mayores, que tuvieron uno o dos hijos, son bastante más endebles que las de las familias numerosas de antaño. Muchos ancianos están muriendo ya en un total abandono. Verdugo señalaba el drama que se vive en algunos sectores residenciales en la Ciudad de México con personas veteranas. Los vecinos se percataban de su muerte hasta varios días después y nadie de su escasa familia estaba al pendiente. O bien, ya no tenían a nadie.
La generación millennial se enfila hacia la misma suerte, porque están reduciendo a uno el número de hijos, o decidiendo no procrear para centrarse a su propio esparcimiento y preocupados también por la economía. El costo de este modelo a largo plazo, es una vejez y una muerte solitarias. Décadas atrás, nuestros abuelos finalizaban su misión rodeados de una familia numerosa y cálida. Hoy esas posibilidades están descendiendo dramáticamente.
En adición al deterioro de los vínculos familiares, se ha creado un abismo entre los niños y jóvenes y sus viejos: la visita a la casa de los abuelos si acaso ocurre, será para ocupar la sala como un ciber café; concentrados cada quien en su teléfono móvil, mientras los ancianos hablan solos, o permanecen a la expectativa. Incluso en los funerales, el desapego predomina. La asistencia de los jóvenes se está volviendo un mero protocolo de pocas horas de acompañamiento; de escasas lágrimas, de delgados vínculos. ¿A dónde vamos?