La necesaria amnistía
Ha habido en el México moderno dos leyes de amnistía: una en 1978, cuando López Portillo firmó el perdón de quienes participaron en la llamada guerra sucia, y la más reciente, en 1994, cuando Salinas de Gortari amnistió lo perpetrado durante el breve levantamiento zapatista.
En este mes de la patria López Obrador envió una nueva propuesta de amnistía a la Cámara de Diputados. Destinada a quienes han cometido delitos menores, no cubre a homicidas, secuestradores, reincidentes o a quienes hayan delinquido con arma de fuego. Comienza diciendo así: “Las estadísticas disponibles y las evidencias muestran que existe una relación inversa entre el acceso a la justicia y la condición económica de las personas. A menor nivel de ingreso, mayor posibilidad de que la justicia se convierta en su antítesis, en una injusticia. A mayor vulnerabilidad social, las personas tienen menores posibilidades de acceder a una justicia pronta y expedita”.
Sin duda la mayor parte de quienes habitan nuestras cárceles están allí por todo lo contrario a la justicia. No solo los inocentes encerrados cortesía de la fabricación de culpables tan gustada por nuestros cuerpos policiales; cómo olvidar a Jacinta, Alberta y Teresa, vendedoras ambulantes e indígenas hñähñu presas por años por, así dijo la AFI, haber secuestrado a sus agentes en una trifulca en el mercado. También están los que reciben sentencias desproporcionadas o ridículas: la de almas que reciben décadas por no hablar español, por no saber firmar su nombre o por robar un kilo de barbacoa, mientras que desfalcos millonarios o perversiones mayores son intocables al cobijo del dinero y del poder, por no hablar de quienes se pudren esperando, por décadas, una sentencia cualquiera gracias al simple y llano rezago burocrático; los presuntos cómplices del homicidio de una regidora de Atizapán pasaron 17 años esperando un dictamen que, de haber resultado como culpable, ameritaría alrededor de 15 años.
Yo aplaudo entonces que se considere amnistiar a las miles de personas injustamente presas. Lo que me preocupa es que no veo, a la par, un intento serio de sanear nuestras descompuestas instituciones; nada impide que, tras la liberación de unos inocentes, entre otra horneada de expiatorios en las mismas circunstancias gracias a que los mecanismos podridos siguen en cabal salud. Me preocupa también que el ejercicio sirva meramente para satanizar al Poder Judicial, conduciendo a la eliminación de otro de los contrapesos al Poder Ejecutivo; la duda no es gratuita, viendo cómo esta administración le extiende a los amigos más gracia que justicia y es particularmente propensa al culto a la personalidad del Presidente. Me preocupa que se libere a justos con pecadores, y que nada de esto vaya acompañado de paliativos paralelos como, digamos, iniciativas para legalizar la mota, o la capacitación real de nuestras policías más allá de su militarización.
Me preocupan muchas cosas aunque, supongo, nada como lo que se preocupan los seres queridos de todos aquellos encerrados inmerecida e impotentemente en el infierno que son las cárceles mexicanas. Al tiempo, pues.
@robertayque